lunes, 25 de febrero de 2013

“Austerlitz” de W. G. Sebald


Es una novela escrita en frases largas y complejas, llena de digresiones que te hacen complicado el entendimiento y te obliga a retroceder y a prestar el 120% de tus sentidos para poder apreciar la belleza que encierra su lenguaje, en la fotografía que hace de una etapa histórica, la obsesión por las imágenes y el itinerario por los  sentimientos, por la locura de una víctima que no suelta su equipaje empeñado en “somos aquello que podemos contarnos a nosotros mismos”.

Esta anécdota me sirve para aprovechar los regalos que me ofrece mi vida: a judío sabio le preguntaron: ¿Todavía odia a los judíos? Y contestó: De ninguna manera, si todavía los odiara, todavía me tendrían prisionero. Es lo que nunca aprende Austerlitz, a aceptar el pasado y a construir el presente que es lo que se puede vivir. Siento que en toda literatura deben de coincidir los tiempos de autor y lector, para ser comprendida y apreciada, para ser disfrutada. Creo que ahora “no tengo cuerpo de Sebald”

La novela es interesante, dura, agobiante, llena de melancolía que nos embarga a medida que avanzamos en la lectura, nos contagia su amargura. Es la historia de un ser que no sabe y nadie le enseña a ser feliz, se regodea en su pena, rozando el victimismo, una vida desperdiciada. Contada por un narrador que tiene menos identidad que el protagonista. Con un formato muy particular, como un cuaderno de viajero, con billetes de metro, mapas, planos que demuestran la estancia en el lugar mencionado.

Cuenta la historia de un niño judío que llega como refugiado a Gales donde es adoptado por un predicador y su mujer, tristes, sobrios, austeros, mayores “que no abrían nunca las ventanas de la casa”. Tras enfermar ella lo mandan a un colegio donde empieza a descubrir sus orígenes, empezando por su apellido y la historia de su familia en una Europa en guerra y amenazada por los nazis.

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