lunes, 25 de noviembre de 2013

"In the Waiting Room", Elizabeth Bishop



In Worcester, Massachusetts,
I went with Aunt Consuelo
to keep her dentist's appointment
and sat and waited for her
in the dentist's waiting room.

It was winter. It got dark
early. The waiting room
was full of grown-up people,
arctics and overcoats,
lamps and magazines.

My aunt was inside
what seemed like a long time
and while I waited and read
the National Geographic
(I could read) and carefully
studied the photographs:

the inside of a volcano,
black, and full of ashes;
then it was spilling over
in rivulets of fire.
Osa and Martin Johnson
dressed in riding breeches,
laced boots, and pith helmets.
A dead man slung on a pole
"Long Pig," the caption said.

Babies with pointed heads
wound round and round with string;
black, naked women with necks
wound round and round with wire
like the necks of light bulbs.

Their breasts were horrifying.
I read it right straight through.
I was too shy to stop.
And then I looked at the cover:
the yellow margins, the date.

Suddenly, from inside,
came an oh! of pain
--Aunt Consuelo's voice--
not very loud or long.
I wasn't at all surprised;
even then I knew she was
a foolish, timid woman.

I might have been embarrassed,
but wasn't. What took me
completely by surprise
was that it was me:
my voice, in my mouth.

Without thinking at all
I was my foolish aunt,
I--we--were falling, falling,
our eyes glued to the cover
of the National Geographic,
February, 1918.

I said to myself: three days
and you'll be seven years old.
I was saying it to stop
the sensation of falling off
the round, turning world.
into cold, blue-black space.
But I felt: you are an I,
you are an Elizabeth,
you are one of them.

Why should you be one, too?
I scarcely dared to look
to see what it was I was.
I gave a sidelong glance
--I couldn't look any higher--
at shadowy gray knees,
trousers and skirts and boots
and different pairs of hands
lying under the lamps.

I knew that nothing stranger
had ever happened, that nothing
stranger could ever happen.

Why should I be my aunt,
or me, or anyone?

What similarities
boots, hands, the family voice
I felt in my throat, or even
the National Geographic
and those awful hanging breasts
held us all together
or made us all just one?

How I didn't know any
word for it how "unlikely". . .
How had I come to be here,
like them, and overhear
a cry of pain that could have
got loud and worse but hadn't?

The waiting room was bright
and too hot. It was sliding
beneath a big black wave,
another, and another.

Then I was back in it.
The War was on. Outside,
in Worcester, Massachusetts,
were night and slush and cold,
and it was still the fifth
of February, 1918. 


Ocurrió en Worcester, Massachusetts, fui con tía Consuelo a su cita con el dentista mientras la aguardaba sentada en la sala de espera. Era invierno. Oscureció temprano. La sala estaba llena de personas maduras, frío abrigos, lámparas y revistas. Mi tía llevaba dentro lo que me pareció un largo tiempo y mientras yo esperaba y leía el National Geografic, (sabía leer)  estudiba las fotografías cuidadosamente: El interior de un volcán, negro, lleno de cenizas; luego se derramaba en ríos de fuego. Los aventureros y fotógrafos Osa y Martin Johnson vestidos con bombachos de montar, botas atadas y salacots. Un hombre colgado en un poste con un letrero "Long Pig" (carne humana para comer). Niños con cabezas puntiagudas, producidas por vueltas y vueltas de cuerdas; Mujeres negras, desnudas, con cuellos alargados con vueltas de alambre como el cuello de las bombillas. Sus pechos eran horripilantes. Lo leí de cabo a rabo. Tenía poca personalidad como para parar. En ese momento miré la portada: los márgenes amarillos, la fecha. 
De pronto, desde dentro, llegó un oh! de dolor (La voz de tía Consuelo) no muy alta ni profunda. No sentí para nada sorpresa; incluso cuando supe que fue una  mujer tonta y tímida. Debería haberme sentido abochornada, pero no. Lo que me tomó por sorpresa es que fui yo: mi voz, mi boca. Sin pensarlo, fui mi estúpida tía, yo, nosotras cayendo, cayendo, nuestros ojos fijos en la portada del National Geographic de Febrero de 1918. Me dije: te faltan tres días para cumplir 7 años. Me decía que la sensación de desprenderme del redondo y torcido mundo parara. Dentro del frío, azul oscuro espacio. Pero caí: tú eres una yo, tú eres una Elizabeth, tú eres una de ellas. Porqué tú deberías ser una de ellas también? Apenas me atrevía a mirar lo que era que yo era. Eché una mirada de soslayo -No pude llegar más lejos- a las rodillas grises, pantalones, faldas y botas y diferentes pares de manos mintiendo ocultas de las lámparas

Supe que nada raro había sucedido, que nada raro podría suceder nunca. Porqué debía yo ser como mi tía, o como yo, o como otras? Que botas parecidas, manos, voz  familiar sentí en mi garganta,  esas cogiéndose los feos pechos en el National Geographic, haciéndonos una sola? Cómo no conocía ninguna palabra como "improbable"?... Cómo había llegado hasta allí, como ellas, y escuchaba un grito de dolor que podía haber sido peor pero no lo fue?En la habitación había demasiada luz y calor. Era una gran ola negra detrás de otra y otra. Entonces, yo volví allí. La guerra había empezado. Fuera, en Worcester, Massachusetts, era de noche, frío y nieve, y era todavía el 5 de Febrero de l918.

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