viernes, 1 de noviembre de 2013

Las “novelas ejemplares” de Cervantes (1613): Conferencia Magistral de Charo Salas


Muchas gracias, Blanca, por esta presentación tan amable, y excesivamente elogiosa para mi persona, y muchas gracias especialmente por haberte tomado la molestia de ir este verano a Alcalá de Henares, ciudad natal de Cervantes, y venirte cargada con todos estos prospectos y carteles que decoran hoy nuestro escenario. Gracias también a la Asociación Amum y a su magnífica Presidenta, Garbiñe, por la invitación y por haberme acogido tan cariñosamente entre sus filas y, cómo no, a la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento por la extraordinaria labor cultural que llevan a cabo en Marbella y que me tiene siempre admirada. Agradezco también a Julio Cossío el haber dado a mi charla un toque de modernidad con la introducción del Power Point, porque en esto de la técnica confieso que soy un desastre.  Bueno, y mi mayor satisfacción ahora, en agradecimiento a todos los presentes, sería poder despertar en vosotros el vivo deseo de leer estas doce novelas cervantinas, que no os imagináis con cuánto amor las escribió Cervantes y lo satisfecho además que quedó de haberlas escrito. Él estaba convencido del bien que podían hacer en sus lectores, pues eran más o menos como el programa de autoayuda de aquel entonces. Sólo así habríamos hecho justicia entre todos a don Miguel de Cervantes.
Quisiera para ello que nos trasladáramos a la España de principios del siglo XVII, y muy especialmente a ese año de 1613, para conocer mejor el momento histórico y personal que vivía Cervantes al publicarse esta obra. Recordemos antes que este singular autor nació en 1547, cuando aún reinaba en España Carlos V; ocho años más tarde éste abdicó en su hijo Felipe II, quien gobernaría hasta finales del siglo XVI. Se puede decir por tanto que Cervantes, aunque publicara estas novelas en el siglo XVII, es un hombre del siglo XVI, y más concretamente del reinado de Felipe II. Esto es importante saberlo porque, por una parte, él recibirá una educación clásica, de tipo renacentista, propia de la España de Carlos V y que se caracterizaba por los grandes ideales de la España Imperial, por la apertura a Europa y, religiosamente hablando, por su erasmismo; es decir, por la gran influencia de Erasmo de Roterdam, que abogaba por el cristianismo más puro, el de los evangelios y el de las enseñanzas de Cristo. Luego, en cambio, le tocará vivir y desarrollarse en una época distinta, de transición y de cambio de valores, en la que España se cierra a Europa, por miedo al Luteranismo triunfante, se pliega en la defensa del catolicismo a ultranza y el idealismo de la época anterior se ve sustituido por un materialismo cada vez más creciente. O sea, que Cervantes vivirá el paso del encanto al desencanto, del despertar del sueño a la realidad, propio de los principios del siglo XVII, la época barroca. Será, pues, una figura puente entre esos dos movimientos literarios, el Renacimiento y el Barroco, entre una época de tipo idealista y signo ascendente a otra materialista y de signo descendente.

Para entender mejor esto que acabo de decir, vamos a establecer un paralelismo con el momento actual. Casi  todos los presentes somos también figuras puente entre el siglo XX y el siglo XXI, entre dos épocas de signos muy diferentes. Yo, en concreto, nací en 1951, en plena España de Franco y, con independencia de lo que fuera aquel régimen (como el reinado de Carlos V), a mí personalmente me educaron en unos valores clásicos, de tipo tradicional-conservador, basados en principios como religión, patria y familia: había que creer firmemente en Dios, servir a la patria y ser fiel a lo nuestro. El egoísmo se condenaba como algo negativo y lo ideal primaba sobre lo material.

Y es justo la educación que recibimos en los primeros años de la vida la que se  queda grabada, y no es fácil desprenderse de ella, aunque la marcha de los tiempos nos lleve luego por derroteros diferentes. En mi caso particular, que me fui además de España en 1975 y sólo viví de lejos todo el proceso democrático posterior, me llamaba profundamente la atención cómo iban desapareciendo poco a poco esos valores y se iban sustituyendo por otros, de signo muchas veces diametralmente opuesto. Uno naturalmente se va adaptando a la nueva situación, pero como sabe discernir entre lo bueno y lo malo, unas cosas se aceptan por buenas y otras se rechazan por menos buenas, o incluso por malas. En cualquier caso tratamos de aferrarnos a los valores esenciales y, lejos de pensar que todo lo nuevo tiene que ser por fuerza bueno, como a veces se hace creer a las nuevas generaciones, se tiene ante todo lo novedoso una cierta cautela y espíritu crítico.
Y de repente llegamos al momento actual, al siglo XXI, y nos encontramos con una realidad inesperada, nos habían hecho creer en las últimas décadas que éramos ricos y resulta que somos pobres, que habíamos progresado como nunca y de hecho hemos retrocedido en mucho y a veces en lo fundamental, o sea que, como sucedía en época de Cervantes, del encanto hemos pasado al desencanto, del sueño a la realidad.

Y si nos ponemos a analizar detenidamente  el por qué hemos llegado a esta situación nos daremos cuenta de que el origen de muchos males está precisamente en la pérdida de esos valores básicos. Y es que si se mata a Dios, por así decirlo, se mata la propia conciencia y se impone la filosofía del todo vale. Y esa filosofía, que no distingue entre el bien y el mal, porque todo es relativo, se extiende como un cáncer por todo el cuerpo social y lo enferma: el egoísmo se impone sobre el bien común y lo material impera sobre lo espiritual. Por supuesto, también desaparece el amor a la patria y el sentido del trabajo como dignificación de la persona. Los vínculos familiares a su vez son tan frágiles que se rompen al mínimo roce, no sólo entre esposos, sino entre padres e hijos, y entre hermanos. La familia se desmorona y ahí queda el pobre individuo, solo, vulnerable, desamparado y expuesto a todos los males. De ahí la abundancia actual de los programas de autoayuda.

Pues bien, una situación semejante es la que le tocó vivir a Cervantes a finales del XVI y comienzos del siglo XVII. ¿Y cuál fue su actitud ante ella? Y esto es lo importante para nosotros. Tuvo una actitud asombrosa y digna de imitar. Pese a los muchos y durísimos avatares que había sufrido injustamente a lo largo de su vida, y ya era un hombre mayor, próximo a cumplir sesenta años, su espíritu era sereno y estaba aún lleno de esperanza y de idealismo. Por eso se pone a escribir sin descanso, siente una necesidad imperiosa de proyectar optimismo al mundo y ofrecerle una especie de fórmula mágica que pueda reconducirlo. Él confía plenamente en la capacidad de regeneración del género humano y piensa que todo en la vida es susceptible de “restauración”. Cervantes considera que todo se puede enderezar, si uno está dispuesto a apartarse del vicio y volver a la virtud.
En sus escritos no va a velar ni a esconder nunca la realidad, la va a presentar tal como es: dura, injusta y visiblemente mejorable. Pero su actitud ante ella no va a ser ni de odio, ni de venganza, ni de amargura, sino por el contrario, de comprensión, de perdón, de caridad, como la de un Dios magnánimo que se sonríe al ver la debilidad de sus criaturas, y lejos de pensar en el castigo, -pues la vida misma ya se encarga de castigarnos a todos-, trata de comprenderla y apostar por la regeneración humana. El modelo a seguir lo encuentra en el pasado, en sus años de infancia, cuando  lo ideal primaba aún sobre lo material y uno aspiraba a las grandes cosas. Naturalmente él sabe que es más difícil caminar cuesta arriba, que cuesta abajo, y remar contra la corriente, que dejarse llevar por ella. Pero piensa que merece la pena hacer un esfuerzo y luchar contra la débil condición humana, tan propensa a caer en el pecado, y desviarse hasta su perdición (Pensemos ahora en el desvío de los nacionalismos, sin ir más lejos).

La gran creación de Cervantes en este sentido es su Don Quijote de la Mancha, que es la encarnación máxima del idealismo. Pero como todos sabemos lo tiene que concebir como un personaje rematadamente loco, porque a “los cuerdos” de su tiempo no se les pasaba por la cabeza querer desentrañar el código medieval de la caballería en un siglo como el XVII, que tendía precisamente a apartarse de lo más sagrado de él. Veamos en qué consistía ese código. (Power Point).
Es como si alguien abogara hoy día por el estricto cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia. La gente le tendría también por rematadamente loco. Y lo curioso es que en este momento tenemos alguien así, el Papa Francisco que, para muchos, en efecto, desvaría, pero en muchísimos más tiene su mensaje gran acogida, como la tuvo Cervantes. Recordemos que la primera parte del Quijote ve la luz en 1605, cuando él tenía 58 años -que equivalen hoy a los 78 del Papa-, y el libro tiene un éxito arrollador. En tres meses se convierte en la novela más vendida de todos los tiempos – y eso hasta hoy-. Once años más tarde, en 1616, aparece la segunda parte, y en ella, como sabemos, Don Quijote recobra el juicio antes de morir y toma conciencia de su locura, de haber pretendido revivir en tiempos modernos los valores de tiempos pasados. Sin embargo, y esto es lo verdaderamente grande de esta novela y del mensaje final de Cervantes, el idealismo de don Quijote, sus ilusiones, sus sueños y quimeras no mueren con él. Su fiel amo, Sancho Panza, figura de carne y hueso, muy próxima a la realidad, se ha ido “quijotizando” con el tiempo y ha ido asimilando las enseñanzas de su amo de tal manera que al final hace propio el discurso quijotesco. El idealismo, por tanto, pervive en Sancho y en cuantos Sanchos, gente buena y temerosa de Dios, hay en el mundo. Un mensaje éste que llena de optimismo, porque nos hace ver que la semilla del loco cervantino –o del Papa Francisco ahora- es capaz de germinar en cualquiera de nosotros, y en cualquier momento.

Y por si no quedaba claro lo que quería transmitir, Cervantes  continúa escribiendo con una finalidad parecida. Es consciente de que sus días se acaban, y aprovecha esos años que van entre la publicación de la primera y la segunda parte del Quijote, o sea, entre 1605 y 1616, para comunicarnos de otras maneras todo su pensamiento. Hay que decir que los tiempos le eran  propicios, pese al signo negativo de los mismos. Veamos cuál es la razón:
Desde 1598 que muere Felipe II, gobierna en España su hijo Felipe III, habido de su matrimonio con Ana de Austria, su cuarta mujer. Felipe II, el poderosísimo Rey, en cuyas tierras nunca se ponía el sol de lo inmensas que eran, se lamentaba con frecuencia de que Dios le había dado muchas posesiones, pero ningún hijo capaz de gobernarlas. Felipe II –como sabemos- se había casado tres veces antes y había enviudado sin lograr un descendiente varón (excepto aquel desgraciado don Carlos, que murió en 1568). Por fin esta cuarta esposa le daba el ansiado heredero, el cual, por desgracia, mostraba pocas aptitudes para ceñir la Corona.  “Me temo que le han de gobernar”, se quejaba su anciano padre, y así fue, en efecto. A Felipe III le faltaba energía y gusto por el trabajo y –como se temía su padre- cae pronto en las manos de sus validos y se deja gobernar por ellos. Tanto el duque de Lerma, como su hijo el duque de Uceda, al tiempo que se hacen con las riendas del poder se enriquecen de manera descarada, ellos, sus familiares y sus amigos, dejando exhausto el Tesoro real. [¿Os suena esto de algo? Es lo que pasa ahora en España, del Rey abajo, con cantidad de políticos y de representantes institucionales]. Para Felipe III, la caza, el juego, el teatro eran sus ocupaciones preferidas y, a diferencia de la austeridad de su padre, él gastaba sin medida –simplemente su boda con Margarita de Austria costó al tesoro real un millón de ducados-. Luego además era espléndido y regalaba a manos llenas a sus súbditos, con lo que entre uno y otros dilapidaban la hacienda pública. La corrupción alcanzaba a todos los órganos de la Administración y por medio del soborno y el cohecho se acumulaban inmensas riquezas. De todos era sabido que en La Corte cualquier cosa se podía obtener por dinero. [O sea, como hoy día].
Pero como nunca hay mal que por bien no venga, esos 23 años del reinado de Felipe III (1598-1621) se recordarán con nostalgia, pues, como dice Domínguez Ortiz, si bien estaba rodeado de una corte corrompida, todavía quedaba en la administración un magnífico plantel de funcionarios, militares y diplomáticos formados en la gran escuela del siglo anterior y penetrados todavía de las ideas de la grandeza imperial”, que era el caso de Cervantes. [Un poco lo que pasó con los primeros gobiernos democráticos españoles, cuyos ministros se habían formado aún en la España de Franco]. Lo bueno, además, es que fue una época de paz, sin guerras exteriores ni disturbios internos, ya que Felipe III prefería perder tierras de su gran imperio a tener que defenderlas con las armas. Y como buen pacífico era más amigo de las artes y las letras, por lo que la cultura en general gozó siempre del favor real. De ahí el apelativo de Edad de Oro, con el que se conoce esta época, coronada por los éxitos de un Lope de Vega, en teatro, de un Velázquez, en pintura, un Góngora, en poesía, un Quevedo en literatura y muchos más.

Así que esta es la razón de que Cervantes pudiera por fin dedicarse de lleno a la literatura y lograra publicar más que nunca. Primero gozó del mecenazgo del Duque de Béjar y posteriormente del Duque de Lemos y del arzobispo de Toledo. Desde 1606 Cervantes vive en Madrid, en la calle Hermosilla. La Corte se había trasladado ese año de Valladolid a Madrid y él lo hizo con ella. Como la reciente publicación de El Quijote había sido un éxito, el público le era favorable y estaba impaciente por leer todo lo que saliera de su pluma. Y lo interesante era que los lectores no sólo gustaban de las aventuras de Don Quijote y Sancho, sino también de los pequeños relatos que había intercalado en la trama, a modo de innovación, y que los italianos calificaban de “novellas”. Dichas novelas respondían a los distintos géneros estilísticos que estaban de moda por aquel entonces, lo que aportaba al relato una gran modernidad. Con ello además dejaba hecha Cervantes una importante  recopilación de todos los géneros existentes hasta entonces.  En primer lugar estaba la novela de caballerías, [que se inició en 1508 con el Amadís de Gaula, de Garci-Rodríguez de Montalvo] y a la que Cervantes quería precisamente parodiar por los excesos a los que habían llegado sus autores [caso de Harry Poter en este momento, si se siguiera explotando el género sin mesura], después estaba la novela sentimental o italianizante, como “el curioso impertinente”, la novela pastoril, como el relato de Grisóstomo y la pastora Marcela [cuyo género se inicia en 1559 con la Diana de Jorge de Montemayor y que tenía su modelo en el Renacimiento italiano, en Petrarca (Carmen Bucolicum), en Boccaccio (Ninfale Fiesolano y Ameto) y sobre todo en la Arcadia de Sannazaro), la novela morisca, como “la historia del cautivo”, la novela bizantina o de aventuras y la novela picaresca, representada por el personaje de Ginés de Pasamontes. [La picaresca era un género propiamente español, que se inicia en 1554 con la publicación de El Lazarillo de Tormes y alcanza su apogeo con el Guzmán de Alfarache (1599-1604) de Mateo Alemán].
Pues bien, estas novelitas intercaladas en el Quijote, y que como digo fueron muy bien acogidas por el público, suponían a la vez un rico filón literario que Cervantes quiso explotar y extraer de él sus diversas posibilidades narrativas. Por eso, en vez de proseguir con la Segunda Parte del Don Quijote, se metió de lleno en la concepción de estas doce novelas, que hoy nos ocupan, y que en 1613 verían la luz con el nombre de Novelas ejemplares.  Su éxito fue también fulminante: sólo en diez meses se habían hecho cuatro ediciones –y llegarían a 23 a lo largo del siglo XVII- . En seguida se tradujeron al francés y al inglés, y cruzaron nuestras fronteras como lo que realmente son: las pioneras de la novela europea posterior y la base y fundamento de la novela española de todos los tiempos. En el prólogo a esta obra, del que he sacado aquí algunos párrafos [Power Point], Cervantes nos hace revelaciones muy interesantes. Primero sobre su físico, del que nos dice: este que veis aquí… Después destaca como lo más relevante de su biografía el que: es autor de … Nos habla también de las novelas en sí y dice que: los requiebros amorosos… Y pese a su mucha humildad, dice: Yo soy el primero …

Ni que decir tiene la cantidad de estudios que existen de estas novelas, a cargo de grandes eruditos como Casalduero, Baquero Goyanes, Valbuena Prat, Blecua o Díaz Taboada, por citar solo unos pocos. Todos ellos se han ocupado en primer lugar de buscar el modo de clasificarlas. Valbuena Prat, por ejemplo, las divide en tres grupos, las idealistas o italianizantes, las ideo-realistas, una mezcla de las dos, y las puramente realistas. Otros las dividen en novelas renacentistas o barrocas, o según sea el tipo de amor, ideal o picaresco. También si sus protagonistas son parejas heterogéneas: hombre-mujer o parejas homogéneas: hombre-hombre, mujer-mujer, etc. En un curso en la Universidad nos ocuparíamos de analizar en detalle estas divisiones, pero a mí ahora me interesa más hablar de alguna en particular y tratar de descubrir “ese sabroso y honesto fruto que se puede sacar de ellas”, según nos dice Cervantes. En mi opinión se trata de doce perlas, doce increíbles invenciones de su sexagenario autor, que son el resultado de su gran experiencia humana y social y de su cristianísima bondad. Son, por supuesto, historias inventadas, fruto de la privilegiada fantasía e imaginación de Cervantes, pero en todas ellas vemos palpitar a su autor, reconocemos su propia biografía, y por medio de datos históricos o existenciales, descubrimos también la realidad de su tiempo. Y es precisamente esa aproximación a la realidad lo que las hace creíbles, lo que las convierte en historias verosímiles, dignas de crédito. Por otra parte Cervantes, siguiendo la doctrina de Aristóteles, considera su oficio de escritor como el arte de proponer verdades ejemplares y universales, que nunca se pasan de moda. Por eso pienso que ninguna de estas novelas ha perdido actualidad y el mensaje que nos transmiten es incluso hoy más necesario que nunca. ¡Ojalá se inspiraran en ellas los nuevos escritores!  Veamos más de cerca estas doce novelas.  [Power Point] Este es el orden, tal y como aparecen en la primera edición del libro, y según la división de Valbuena Prat, las de la izquierda …


1. La Gitanilla

Siguiendo este orden vamos a ocuparnos en primer lugar de “La Gitanilla”, una de las novelas más conocidas de este libro. En ella se nos presenta a Preciosa, una gitana de unos quince años, bellísima en extremo como su nombre indica, y no sólo de cuerpo sino también de alma. Es el estereotipo Petrarquista, propio del Renacimiento, que se repetirá en más novelas. Preciosa, además, baila, canta y se expresa con un gracejo que enamora. No es de extrañar, por tanto, que un noble, don Juan de Cárcamo, se quede prendado nada más verla y quiera de inmediato casarse con ella. Pero ¿era esto posible, casarse un noble con una gitana? ¡Difícil, pero no imposible para Preciosa! Ella está tan segura de su valía personal que encuentra una solución para acabar con esa diferencia social, y no es otra que don Juan se convierta en gitano como ella y aprenda sus costumbres, entre las que se encuentran las muy poco nobles de robar y matar. Como él está dispuesto a todo por amor a Preciosa, se hace en efecto gitano y adopta el nombre de Andrés Caballero.

Pero Cervantes no podía consentir un final tan poco edificante: robar y matar, faltar a dos importantes mandamientos de la ley de Dios, aunque fuera por algo tan noble como el amor, era imposible. Así que él busca otra solución más plausible: no la caída de él, sino la elevación de ella. Y aquí es cuando interviene la Divina Providencia al descubrirse que Preciosa no es ni más ni menos que doña Constanza de Acebo, hija de nobles, que había sido robada a sus padres de pequeña por una vieja gitana; resuelto el conflicto, ya es posible el casamiento entre iguales y se realizan los desposorios. Se ha producido de esta manera la “restauración” de ambos personajes, y una vez apartados del mal, pueden gozar del bien que se merecen.

Y lo ejemplar de esta novela, es advertirnos de que el amor entre desiguales suele ser problemático, pero si se pretenden igualar entre ellos, que sea en la virtud y no en el vicio. (O sea que si el peor alumno se enamora de la mejor de la clase, que sea él el que mejore y no ella la que empeore para estar a la misma altura). También nos viene a decir que la firmeza y seguridad con la que Preciosa, una simple gitana, se atreve a imponer condiciones a un noble, no radica en el poder del dinero –que no lo tiene- sino en el poder de la virtud, de su doncellez, que la hace sentir como una rosa bella, fresca y digna de admiración. Cervantes considera la virginidad como una de las mejores prendas de la mujer joven, que le conviene guardar para la debida ocasión.  Compara a la mujer con una rosa, que permanece intacta y hermosa en manos de un hombre, pero deshojada y marchita en manos de muchos.

Naturalmente la novela es mucho más que esto, toda una exposición realista de la vida y costumbres de los gitanos de la región de Murcia, zona que Cervantes conoce bien por haber desembarcado allí a su vuelta del cautiverio en Argel. Por eso merece la pena leerla.


2.El amante liberal
La segunda novela, “El amante liberal”, además de pertenecer a las idealistas posee elementos propios de la novela bizantina. Lo característico de las bizantinas es que sus protagonistas, que suele ser una pareja de jóvenes enamorados, pasan por todo tipo de desventuras, en países y lugares extraños, corren innumerables peligros llevados por su mala fortuna, pero permanecen fieles a sus sentimientos y a su acendrada virtud, es decir, son personajes de una pieza. Exactamente como lo era Cervantes. Recordemos que él sale de España, en 1568, con solo 20 años y no vuelve hasta los 33, después de doce años de amarguras de todo tipo. Al principio todo le va bien, viaja por Francia, el Piamonte, el Milanesado y la Toscana, llega a Roma, entra al servicio de su amigo el Cardenal Accuaviva, que era un joven como él, de 24 años, y él está feliz, asimilando todas las manifestaciones pioneras del Renacimiento italiano y desarrollando su genio observador. Pero de pronto se produce un giro inesperado: en 1570 el Sultán Selim II se apodera de Chipre, que pertenecía a Venecia, y Cervantes se alista con los tercios españoles para luchar contra el turco, a las órdenes del valerosísimo capitán Diego de Urbina. Un año más tarde lo vemos embarcado en la nave Marquesa y participando en la famosa batalla de Lepanto a las órdenes de don Juan de Austria, donde pierde -como hemos visto, con mucho orgullo- el uso de la mano izquierda. Cuando en 1575 por fin volvía de regreso a España, convertido en modelo de valor y subordinación militar, lo cautivan unos piratas berberiscos y lo llevan a Argel, donde sufre cinco años de duro cautiverio, con varias tentativas de fuga, que son una y otra vez duramente castigadas. Pese a todo esto Cervantes permanece inflexible y sin renegar nunca de su fe. Pues bien, el caballero siciliano protagonista de esta novela, Ricardo, es también así, y gracias a ello se ganará al final el amor de su amada Leonisa, la mujer más bella entre las bellas, si bien ella al principio sentía más inclinación por otro hombre, Cornelio. Pero tiene que reconocer que es Ricardo quien demuestra mayor amor, arriesgando vida y fortuna por liberarla de cuantos peligros y desventuras padece: la cautivan unos turcos, sufre tempestades y naufragios, la rescata y vende un judío, la compran unos visires para el Gran Turco, etc. etc. Y lo admirable es que conserva intacta su virtud y Ricardo su amor y admiración por ella. Y tal es además su generosidad que después de liberarla y de retornar juntos a Sicilia, le ofrece la libertad de elegir por esposo a Cornelio, si ese es su deseo. Por eso se extiende su fama por toda Italia, bajo el nombre del Amante liberal.
Con este ejemplo del cristiano Ricardo, Cervantes nos da a entender que la mujer no debe ser nunca un objeto que se pueda vender o comprar por dinero, como hacen los judíos y los turcos, sino que es un ser libre  y sólo a ella y a nadie más corresponde elegir quién ha de ser su marido. (Y esto a principios del XVII). Además de esta enseñanza, que no es poca, la novela es interesante para conocer también las costumbres turcas y la piratería de aquella época.


3. Rinconete y Cortadillo
Pasamos ahora a Rinconete y Cortadillo, una de sus novelas más conocidas. Pertenece al grupo de las realistas y más especialmente al de las picarescas. Cervantes ya había creado su propia figura del pícaro con el episodio –os acordáis- de aquel condenado a galeras, Ginés de Bracamonte, a quien en mala hora libera  don Quijote. Ahora retoma el tema con la novedad de que son dos los pícaros: Rinconete, o Rincón, por su habilidad de atraer a la gente a un rincón y allí engañarles haciendo trampas con el juego, y Cortadillo o Cortado porque se dedica a robar el dinero a la gente, cortándoles las faldriqueras. Estos dos chavales se encuentran en el camino y deciden ir a Sevilla que, por su importante tráfico comercial con América, era paraíso de bandidos. Por sus buenas mañas les admite de inmediato el jefe del hampa y empiezan a trabajar para él en el famoso patio de Monipodio. Lo que Cervantes nos quiere hacer ver al presentarnos aquel submundo es que su gente no es peor que nosotros los de la sociedad establecida. Para ellos, el robo, el asalto, la prostitución e incluso el crímen, es un modo de vida como otro cualquiera, pero a su manera se sienten honrados: están sometidos a una jerarquía a la que profesan lealtad y obediencia, son solidarios entre sí e incluso religiosos a su modo: van a la iglesia, encienden velitas a algún santo de su devoción y se muestran agradecidos cuando les salen bien las cosas, como por ejemplo cuando no les pescan robando. Y si ellos existen es porque nuestra sociedad, la aparentemente “buena“, no es mucho mejor: si la prostitución es posible es porque los nobles y caballeros se sirven de ella y si hay criminales a sueldo es porque los contratan los de arriba para hacer el trabajo sucio, que ellos no quieren hacer. Por otra parte, la propia policía, los alguaciles y corchetes de aquel tiempo, e incluso los jueces están compinchados con ellos y se sirven de sus servicios como confidentes. Por eso los libran muchas veces de la cárcel y siguen haciendo de las suyas. (Exactamente como hoy día). Cervantes conocía muy bien el tema, pues aunque lo suyo hubiera sido dedicarse a las armas o las letras, no le quedó más remedio que ganarse la vida recaudando dinero para la Corona. Entre 1588 y 1598 vivió unos cinco años en Sevilla, primero como comisionado de abastos para la Armada, y después como recaudador de las cabalas reales para el Consejo de Contaduría. Y por una letra que le fue protestada, dejando una deuda de 7.400 reales, acaba injustamente en la cárcel, pero como siempre hace de desgracia, virtud: conoce de primera mano ese submundo, aprecia sus cualidades humanas y aprende la lengua del hampa, la germanía. Afortunadamente sale más tarde de la cárcel sin cargo alguno. Y la moral que nos transmite Cervantes es hacer ver a Rinconete y Cortadillo que pueden salir de aquel submundo y mejorar de condición, ya que aún son jóvenes y tienen mejor formación y posibilidades que los otros. Abandonan, pues, el Patio de Monipodio y salen de Sevilla como entraron.  La novela no tiene desperdicio y Cervantes se sirve de su ironía y gracejo para decir verdades como puños.


4. La española inglesa
“La española inglesa” pertenece a las idealistas, pero posee elementos de la novela bizantina, con lo que nos enfrentaremos de nuevo a un sinfín de aventuras, con encuentros y desencuentros providenciales. Como su nombre indica, la protagonista es Isabel, nacida en Cádiz y llevada a los siete años a Inglaterra como botín de guerra, por un tal Clotaldo, tras el ataque a Cádiz por los ingleses en 15 87. Isabel como podéis imaginar es de una belleza inigualable y crece en Inglaterra, siendo la admiración de todos. Clotaldo y su mujer, Catalina, que son de familia noble, la quieren y educan como a una hija y le transmiten incluso la fe católica, pues ellos mismos son católicos secretos en una Inglaterra anglicana. Tienen un hijo, Ricaredo, también muy apuesto, el cual al llegar a la edad adulta se enamora perdidamente de Isabel y quiere casarse con ella. Para ello se requiere el consentimiento de la Reina, porque Isabel no es de sangre noble. Y ahí empiezan las desventuras. La Reina Isabel al ver a la bella española de su mismo nombre se queda prendada y la requiere para su servicio personal. ¿Y qué hace con el pobre Ricaredo? Pues a él le exige demostrar su valentía y sufrir toda clase de peligros al servicio de Inglaterra, para hacerse merecedor de Isabel. Se suceden entonces una serie de peripecias, en las que Ricaredo se va a ver en un permanente conflicto de conciencia: por un lado tiene que luchar a favor de su país, que es anglicano, pero él se siente moralmente obligado a liberar a los muchos prisioneros de guerra católicos, a quienes espera una muerte segura en su Inglaterra. Se expone para ello a que lo consideren traidor a la patria. Para colmo el azar quiere que entre los prisioneros que rescata se encuentren los verdaderos padres de Isabel, a los que lleva consigo a Londres. La bella Isabel entretanto se ha convertido en una mujer feísima, por efecto del veneno que le da una dama de honor de la Reina, por no consentir Isabel tomar como esposo a un hijo suyo, el conde de Arnesto. El veneno le ha afeado toda la cara pero Ricaredo persiste en su amor –que es lo propio de la novela bizantina, el que los sentimientos persistan aunque cambie todo lo demás -. Para curarse del veneno Isabel se vuelve a Cádiz con sus padres y, al cabo de un tiempo, creyendo que Ricardo ha muerto en un combate, decide ingresar en un convento. Pero la Divina Providencia les tiene reservado un final más dichoso: Ricaredo llega a Cádiz a tiempo de evitar su entrada en el convento y aunque no le hubiera importado su fealdad, pues la verdadera belleza es la del alma, la encuentra otra vez bella, pues se le había pasado ya el efecto del veneno.  Otra historia, pues, de restauración, de feliz recuperación de lo perdido gracias a haber perseverado ambos en la virtud.

5. El Licenciado Vidriera
“El Licenciado Vidriera” es una novela puramente realista, y en ella el veneno vuelve a hacer su aparición, pero con consecuencias muy diferentes. Su protagonista, Tomás Rodaja, a la tierna edad de once años, decide ir a Salamanca a hacerse un hombre de provecho y honrar así a sus padres labradores. Entra al servicio de dos nobles andaluces, que estudian en Salamanca, y a su lado aprende leyes y letras humanas. Cuando los caballeros finalizan sus estudios, se lo quieren llevar consigo a Málaga, pero Tomás les pide licencia para seguir aprendiendo en Salamanca.  Pero el azar quiere que se encuentre en el camino con don Diego de Valdivia, un capitán de infantería al servicio del Rey, y éste le anima a ir con él a Flandes. Así que se embarcan juntos en Cartagena y recorren Silicia, Nápoles, Roma y Venecia, lo que aprovecha Cervantes para hacernos descripciones muy exactas de esos lugares y de la vida y costumbres italianas, que tan bien conocía, como hemos visto. Como la vida del soldado tiene menos ventajas que inconvenientes, Tomás decide volver a Salamanca, tal como se refleja en la famosa inscripción de la Plaza de la Catedral salmantina, tomada de esta novela: “Salamanca- que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”. Y ahora es cuando hace su aparición el veneno. Ya era todo un Licenciado en Leyes cuando una dama se enamora de él, y al no verse correspondida, le da un bebedizo para mover su voluntad hacia ella, el cual lo único que le produce es una extraña locura por la que se cree de vidrio y teme romperse. De ahí el nombre de “Licenciado Vidriera”. ¿Y qué hace de nuevo Cervantes con un personaje loco? Pues decir las muchas verdades, políticamente incorrectas, que de otro modo no hubiera podido decir. Los muchachos le persiguen por la calle y le preguntan cosas, a las que él responde con mucho sentido común, pero como no era lo propio de aquel tiempo (ni de éste), se parten de risa con sus ocurrencias y no le hacen ni caso. Uno por ejemplo le pregunta qué consuelo daría a un amigo, cuya mujer se hubiera ido con otro, y él responde que diera gracias a Dios por haberle liberado de semejante enemigo. Y cuando un niño le cuenta que se quiere ir de casa porque su padre le azota, él le responde que los azotes de los padres honran a los hijos y los del verdugo afrentan. O sea, que un castigo a tiempo es una victoria (¡Imaginaos el revuelo que se organizaría hoy día con estas ideas cervantinas!). Al cabo de un tiempo el Licenciado recobra el juicio, como don Quijote, pero el éxito que tenía cuando loco, no lo tiene ahora como cuerdo. De modo que, pese a su gran formación humanística, no encuentra ningún trabajo con el que vivir dignamente y se tiene que ir de soldado a Flandes, donde muere. Es el primer final triste, como triste tuvo que ser para Cervantes volver del cautiverio y no encontrar en su anhelada tierra otro modo de ganarse la vida, que el tan poco prosaico y contrario a su naturaleza como la vil recaudación de impuestos. ¡Muy interesante novela!

6. La fuerza de la sangre
Pasamos ahora a “La fuerza de la sangre”, una de las novelas más bellas y a la vez más controvertidas. Se trata de una novela idealista, de restauración del héroe y final feliz, en la que Cervantes, retomando el tema de la educación de los hijos, advierte de que no se les consienta ni mime demasiado, pues en vez de favorecerles, se les perjudica. Es el caso de Rodolfo, un joven noble de unos veinte años, con domicilio en Toledo que, en una noche de juerga con sus camaradas, se topa con una familia que volvía de recrearse en el río Tajo. Se trataba de un matrimonio de hidalgos pobres, con un hijo pequeño, una hija de unos 16 años y una criada. Rodolfo, al ver la belleza de Leocadia, que así se llamaba la hija, siente deseos de gozarla, y envalentonado por sus amigos, se la arrebata a sus padres, se la lleva a su casa, a un cuarto separado que él tenía, y la viola en estado de inconsciencia. Una vez satisfecho su capricho, la saca de casa y la deja abandonada en una iglesia. Leocadia desconoce el lugar en que la han violado, pero se lleva en la mano un crucifijo que había cogido de la mesilla de noche. Sus apenados padres la recibe con mucho amor, pero a los nueve meses le nace una bella criatura, a la que ponen por nombre Luisito. Para evitar el escándalo el niño se cría en una aldea, y a los cuatro años retorna en calidad de sobrino. Su padre natural, mientras tanto, se ido a combatir a Italia, y sufriendo las penalidades del soldado madura hasta el punto de desearse una esposa, y no con mucha dote pero sí honesta, bella y de buenas costumbres, o sea, el perfil de Leocadia. Si así fuera, dice Rodolfo, “yo serviré a Dios con gusto y daré buena vejez a mis padres”.

Ante tal arrepentimiento, la divina Providencia le saldrá al paso. Resulta que cuando Luisito tiene seis años es atropellado por un coche de caballos y queda sangrando en la calle, herido de muerte. Pero como cuando Dios da la llaga, da también la medicina, a decir de Cervantes, la suerte quiere que un noble caballero lo recoja y lo lleve a su casa, donde sus médicos lo sacan del peligro. La familia, advertida, acude en seguida y Leocadia al subir los escalones reconoce la casa y luego la cama en la que había sido violada, que es donde yace Luisito. Le muestra el crucifijo a Estefanía, la madre de Rodolfo, y viendo el parecido del niño con su propio hijo no duda de lo ocurrido siete años antes.  Ella misma se ocupará de hacer volver a Rodolfo y con cierta artimaña que prepara, consigue que su hijo se enamore de Leocadia  y la quiera por esposa. El pecado de Rodolfo ha quedado redimido por la sangre de Cristo, simbolizada aquí en el crucifijo, y la sangre del inocente Luisito ha purificado la de la violación, uniéndoles a los tres por la fuerza de la sangre. Cervantes ensalza así la magnanimidad de la violada frente a su violador- algo que sería impensable hoy día-. Como buen cristiano, él cree que toda culpa se redime con el perdón, máxime la de aquellos que por su corta edad e inadvertencia cometen graves pecados en su juventud.

7. El celoso extremeño
En “El celoso extremeño”Cervantes trata el tema del viejo y la niña, como pareja desigual abocada al fracaso. Su protagonista es Felipo de Carrizales, un hidalgo extremeño que, actuando como el hijo pródigo de la parábola, abandona la casa de sus padres, se va por diversas partes de España, Italia y Flandes, dilapida su fortuna y cuando a los 48 años ya no le queda nada, decide irse a América, que en palabras de Cervantes era “refugio y amparo de desesperados de España”, […] “engaño común de muchos y remedio particular de pocos”. Felipo de Carrizales encuentra allí su remedio particular y no sólo experimenta un auténtico proceso de restauración moral frente al dinero y las mujeres, sino que logra hacer una gran fortuna. A los 68 años regresa a Sevilla, “tan lleno de años, como de riquezas” y de preocupaciones de qué hacer con ellas. Un día ve a una hermosa doncella, a través de una ventana, y se queda prendado de ella. Aunque Leonora, que así se llamaba, apenas contaba con trece o catorce años, ante tanta riqueza los padres aprueban el matrimonio y pronto se convierte en su mujer. Carrizales la llena de regalos, joyas y vestidos, que la hacen feliz, pero cuanto más bella la ve, más crecen sus celos, y su casa se convierte en una jaula de oro, bellísima pero cerrada, sin libertad de poder salir y sin que nadie pudiera entrar en ella, salvo sus doncellas. Pero esta situación no iba a durar mucho: a la ingenuidad de Leonora se unen los requiebros de un joven galán, que nunca faltan en estos casos, y las celestinas, que se encargan de unir a los amantes y que suelen ser las criadas o amas de llaves. En este caso fueron Loaysa, un joven holgazán y vicioso –según Cervantes-, que con sus canciones e instrumentos musicales se hace pasar por enamorado, y Marialonso, una astuta y falsa dueña llena de malicia.  Ante estos “enemigos” todas las precauciones de Carrizales fueron  pocas y entre todos urden una estratagema: le dan al viejo un bebedizo para que duerma profundamente y entretanto entra Loaysa en las habitaciones de Leonora. De modo que, mientras su marido “dormía el sueño de la muerte de su honra” ella se rendía a los encantos de Loaysa. No obstante, el bueno de Carrizales luego la perdona, por inadvertida, pero a los siete días muere de dolor. Leonora se queda así “viuda, llorosa y rica” pero, lejos de casarse con Loaysa, entra “en uno de los más recogidos monasterios de la ciudad”. El galán, avergonzado, se va a las Indias a probar mejor fortuna. Recordemos que Cervantes, a los 42 años, viviendo en Sevilla como comisario de provisiones para la armada, solicitó a su Majestad en 1590 uno de los puestos que se hallaban vacantes en las Indias, pero no se lo concedieron. Quizá por eso crea esta figura de Carrizales y se consuela pensando que tal vez le hubiera pasado a él lo mismo: volver con gran fortuna, pero demasiado viejo para iniciar una nueva vida. Lo mejor, pues, es aceptar por bueno lo que la vida nos depara.

8. La ilustre fregona
“La ilustre fregona” es una interesante novela, mezcla de dos historias de estilos muy diferentes, el italianizante y el real-picaresco. Por una parte tenemos a la protagonista, Constanza, de unos quince años y la más bella entre las bellas -como corresponde al género idealizado-, pero sirviendo de criada en un mesón de Toledo, de ahí lo de “ilustre”. Más tarde se descubre que Constanza es hija de una noble dama, viuda y rica, a quien un caballero forzó sexualmente, quedando encinta. Para evitar el escándalo, la viuda confía el bebé a esos mesoneros, por cierto tiempo, pero a los dos años muere y nadie vuelve a por la niña. Constanza crece en la posada, siendo la admiración de cuantos la ven y aunque despierta mil amores entre los huéspedes, ella permanece fiel a la virtud. Esta historia recuerda bastante el nacimiento de la hija natural de Cervantes, doña Isabel de Saavedra, habida de sus amores con una dama portuguesa cuando recién llegado de su cautiverio en Argel, a los 34 años, participa de 1581a 1583 en las campañas de Portugal.

Pues bien, este relato de tipo clásico lo une Cervantes a algo novedoso en aquel tiempo: lo real- picaresco. Entre 1599 y 1604 habían aparecido los dos tomos de El Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y la figura y vida del pícaro tenían gran atractivo entre los jóvenes, especialmente de las clases acomodadas. Cervantes quiere ocuparse de esta moda [como la ser hippy antes o ser punk ahora], para advertir de los peligros que se podían derivar de ella. Los protagonistas son dos amigos, de unos 16 años, hijos de caballeros principales. Uno, Tomás de Avendaño, estudia en Salamanca como corresponde a los muchachos de su clase, y el otro, Diego, lleva ya tres años viviendo la vida holgazana del pícaro, con sus dulzuras y amarguras. Un día, temiendo acabar en la cárcel, vuelve a su casa, cuenta a sus padres todo tipo de mentiras y les promete irse con Tomás a estudiar a Salamanca. Pero como –a decir de Cervantes- más puede el malo influyendo sobre el bueno que al revés, Diego convence a Tomás de irse juntos a las almendrabas, paraíso de los pícaros. Por suerte van a alojarse en la posada del Sevillano y Tomás al ver a Constanza se enamora de ella. De este modo no prosiguen su camino y se ponen a trabajar para el posadero, Tomás, ocupado de la cebada y Diego, de aguador, trayendo el agua para los caballos. Del juego pasan a la realidad y Diego acaba bastante mal parado, pese a su buena escuela de pícaro. Se ve envuelto en algo semejante a lo que vivió el propio Cervantes en 1605, cuando en Valladolid fue acusado y llevado a la cárcel por socorrer a un hombre al que habían herido de muerte en la puerta de su casa. Harto finalmente de esa vida, Diego desea abandonarla. Y como enviados por la Providencia aparecen allí de pronto dos caballeros, uno su propio padre, don Diego de Carrizosa, que resulta ser a la vez el padre natural de Constanza. También él había cometido esa grave falta en su juventud con lo que comprende y perdona a su hijo. El otro era el padre de Tomás, quien aprueba el matrimonio de su hijo con Constanza, una vez restaurados todos en la virtud. 

9. Las dos doncellas
“Las dos doncellas” pertenece a las de tipo idealista. Nos vamos a encontrar por tanto con dos mujeres, a cual más bella, siguiendo el ideal petrarquista del Renacimiento, pero que van a tener además el arrojo y la valentía del varón. Son mujeres virtuosas, que por amor y bajo promesa de matrimonio van a consentir las caricias sexuales de sus enamorados, e incluso la pérdida de la virginidad. Un paso éste adelante en la emancipación de la mujer, que Cervantes aprovecha para advertir de las consecuencias que esto puede acarrear. No culpa a las jóvenes por la ligereza de sus deseos, pues sabe que cuando Cupido tira sus flechas la razón se nubla, pero les pide que no pequen de ingenuidad y no crean siempre lo que los hombres prometen para conseguir lo que apetecen. Las protagonistas, que se llaman Teodosia y Leocadia, pertenecen a familias  principales de Sevilla, tienen unos 17 años y son de una hermosura incomparable. Sin saberlo, ambas se enamoran del mismo hombre, Marco Antonio, un mozo también muy agraciado, de noble estirpe genovesa. El pequeño don Juan las adora a las dos y -“bajo cristianos juramentos”-,  les hace promesa de matrimonio, para obtener su favor sexual. Pero hay una diferencia entre las dos relaciones, matiz importante para el final justo que persigue Cervantes, y es que Teodosia entrega a Marco Antonio su joya más preciada, la virginidad; él a cambio le regala una sortija de diamantes, en la que se podía leer: “Marco Antonio, esposo de Teodosia”. De Leocadia sólo consigue las flores que ella le quiso dar: flores, y no “fruto” y a cambio él le entrega una cédula con promesa de matrimonio, que era algo menos comprometedor que el anillo. Después del disfrute, Marco Antonio, un mozalbete inmaduro, sin dar importancia a sus promesas, abandona a las dos muchachas y se embarca rumbo a Italia, a pasar allí algunos años de su juventud, antes de contraer matrimonio.

Todo esto lo vamos sabiendo a lo largo de la novela, que está concebida de un modo mucho más misterioso. Cuando las dos doncellas se dan cuenta del engaño de que han sido víctimas, decide cada una por su parte abandonar su casa y salir en busca del traidor para obligarle a casarse. Pero ¿le era posible a una mujer viajar sola en aquel tiempo? ¡Imposible! La única manera era hacerse pasar por hombre y vestirse con traje de varón. De este modo se sucederán en el camino todo tipo de enredos, encuentros y desencuentros que dan intriga al relato. En Barcelona encuentran por fin a Marco Antonio, quien  justifica su culpa por su inmadurez  y ante la presencia de un sacerdote se casa allí mismo con Teodosia. Para Leocadia Cervantes elige a Rafael, el hermano de Teodosia, que estaba perdidamente enamorado de ella. Leocadia acepta su destino por considerarlo providencial, y una buena cristiana no debe oponerse a los designios divinos.
La novela termina con el viaje de vuelta a Sevilla de las dos parejas, pero antes recorren a pie el camino de Santiago, porque todos tenían alguna culpa que purgar antes de estar totalmente “restaurados”.

10. La señora Cornelia
“La señora Cornelia” también pertenece a las idealistas o italianizantes. La acción ocurre precisamente en Italia, país que como sabemos conocía muy bien Cervantes. Como tanto el Milanesado como el Reino de Nápoles y Sicilia pertenecían a España, había allí muchos españoles, bien como magistrados y cargos públicos, como militares defendiendo esos territorios, o como estudiantes, que se instruían en sus universidades o en el Colegio de Bolonia, fundado por el Cardenal Albornoz. De esta época guarda Cervantes muy gratos recuerdos y es la que le sirve de marco. Un poco como las bizantinas, esta novela está también llena de enredos, de encuentros y desencuentros misteriosos, y sus protagonistas, dos caballeros españoles, no son más que meros observadores o mediadores providenciales de lo que allí ocurre. Los verdaderos protagonistas son, por un lado, Cornelia Bentibolli, una bellísima joven italiana, que vive protegida por su hermano Lorenzo, y por otro lado, el Duque de Ferrara. Ambos personajes se enamoran perdidamente al conocerse en una boda y andando el tiempo, de nuevo bajo promesa de matrimonio, Cornelia se entrega al duque (con ayuda naturalmente de una criada). La boda de momento no era posible porque la madre del Duque, que estaba agonizante, le tenía destinada a otra mujer. Pero Cornelia se queda embarazada y esto suponía su perdición social; su hermano Lorenzo, además, ofendido en su honor, intentaría vengarse del duque, dándole muerte.
¿Cómo solucionar este conflicto? ¿Cómo consigue Cervantes “restaurar” a esta pareja desviada del camino? Pues lo hace con ayuda de los dos nobles españoles, vizcaínos por más señas, Antonio de Isunza y Juan de Gamboa, que se encontraban estudiando en Bolonia y que eran de todo punto honrados, como era lo habitual en los españoles del siglo XVI. La Providencia quiere que Antonio reciba de manera misteriosa el bebé que Cornelia ha entregado a un criado, y que Juan tropiece misteriosamente con ella, que andaba perdida, ofreciéndole su ayuda. “No permitirán los cielos” –le dice- que tanta belleza y honestidad se malogre. Juan socorre incluso al mismo duque de Ferrara, a quien una cuchillada del hermano agraviado deja gravemente herido. Al final se aclara el conflicto y la presencia de un sacerdote hace posible que se unan en matrimonio. De esta manera el amor triunfa y, muerta la madre del Duque, Cornelia entra en Ferrara, “alegrando al mundo con su vista”.  El Duque, agradecido, ofrece a los españoles como esposas dos primas suyas de riquísima dote, pero ellos declinan el ofrecimiento, pues sus padres ya les tenían destinadas dos mujeres de su tierra. Pero una vez en España, mantendrán siempre una cordial correspondencia con el duque y la duquesa.



11. El casamiento engañoso.
“El casamiento engañoso” es la más corta de todas las novelas y suele ir unida a la última “El coloquio de los perros”, a la que sirve de introducción. En ella Cervantes trata el tema del “burlador burlado”, pues cada contrayente trata de engañar al otro y al final salen los dos perjudicados. La novela, que se incluye entre las puramente realistas, nos presenta las figuras de dos pícaros, en su versión masculina [tipo El lazarillo de Tormes y el Guzmán de Alfarache] y en su versión femenina [como La pícara Justina]. La protagonista es Doña Estefanía de Caicedo, que ya no es esa bella y pura doncella de quince o dieciséis años, propia de la novela idealista, sino una mujer madura, de unos treinta años. Por eso se tapa el rostro con un manto y solo deja ver sus blancas manos llenas de “muy buenas” sortijas. Y esto es lo que atrae al Alférez Campuzano cuando la ve en una posada de Valladolid. Su criado la sigue para saber dónde vive y al día siguiente se persona el Alférez en casa de Estefanía. Sin el manto sobre la cara pudo ver que no era precisamente hermosa, pero con esas joyas “podía enamorar”. Después de cuatro días de coloquios amorosos, doña Estefanía le hace ver que no tiene tiempo que perder, que busca marido y que muy bien podría serlo él. Le dice que es propietaria de esa casa, que tiene rica hacienda, y que sin ser una santa le sabrá servir bien. Campuzano, ante tal dote, le regala la cadena que lleva al cuello, en prueba de su amor, y le dice que con dos mil ducados de renta y otras joyas que posee tendrían suficiente para vivir bien. Contento cada uno con la fortuna del otro, conciertan el casamiento y a los cuatro días, con un primo de ella actuando de testigo, estaban ambos desposados.
Pero solo seis días le dura la felicidad al pobre de Campuzano. En ese tiempo  cuenta que pisó “ricas alfombras”, durmió en “sábanas de Holanda”, se alumbró con “candelabros de plata“e hizo vida de rey: almorzaba en la cama, se levantaba a las once, comía a las doce y a las dos ya estaba sesteando. En una palabra, Estefanía le mimaba y él se dejaba querer. Pero una mañana se presenta allí la verdadera dueña de la casa, doña Clementa Bueno, y se queda horrorizada de ver a un hombre en su alcoba. Resulta que se había ausentado por unos días y había confiado a Estefanía el cuidado de su casa. Salen de allí los dos corridos, pero Estefanía, en vez de confesar su culpa, lleva al Alférez a casa de otra amiga, urdiendo de nuevo un engaño, y ella desaparece con su galán, que no es otro que el supuesto primo que hizo de testigo en la boda. Naturalmente se lleva consigo la cadena de oro. La amiga revela después a Campuzano toda la verdad: que doña Estefanía no tenía casa, ni hacienda, ni más traje que el que llevaba puesto. El Alférez se consuela pensando que él también la había engañado y ni la cadena era de oro, sino una simple imitación, ni tampoco tenía hacienda. Con esto nos advierte Cervantes de que “no es todo oro lo que reluce” y que “las apariencias engañan”. Un tema éste muy propio del barroco, el ser y el parecer, que por supuesto sigue aún muy vigente.

12. El coloquio de los perros
A continuación comienza la última novela, “El coloquio de los perros”. Para colmo de males, doña Estefanía, que era una mujer de la mala vida, deja de recuerdo a Campuzano una enfermedad venérea, la pelarela, por la que pierde constantemente el pelo hasta quedar completamente calvo. Para su curación tiene que internarse en el hospital de la Resurrección de Valladolid, un nombre muy apropiado para “la restauración” del personaje, que tendrá que aceptar que “quien tiene la costumbre de engañar, no se debe de quejar cuando él mismo es engañado”.
Estando un día medio dormido en la cama del hospital, dice Campuzano que“oyó y casi vio con sus propios ojos a dos perros, llamado uno Cipión y otro Berganza, que hablaban entre sí”. Se lo cuenta a su amigo Peralta y éste, que no puede creerlo, lo achaca a los medicamentos y al estado de ensoñación que padece por la grave enfermedad. Pero el Alférez le asegura que es verdad y que él mismo transcribió la conversación palabra por palabra. Y como prueba de ello le lee el diálogo que mantuvieron Cipión y Berganza.

Cervantes, que era un hombre muy erudito, conocía con seguridad las fábulas de Esopo y se inspiró en este género, en que los animales hablan, para introducir la forma dialogada como novedad narrativa. Y si antes se había valido de la figura de dos locos, como don Quijote y el Licenciado Vidriera para decir verdades como puños bajo una apariencia inofensiva, ahora va a hacer hablar a dos perros para denunciar las malas artes que usaban sus contemporáneos y que él reprobaba. El perro Berganza es el que empieza contando su vida, al servicio de varios amos. Al día siguiente le tocaba hacerlo a Cipión, pero esta segunda parte se queda sin escribir, como pasó con la segunda parte de La Galatea, y hubiera pasado con El Quijote, si no aparece  de por medio el falso de Avellaneda. No obstante, esta primera parte es suficiente para conocer el estado de cosas que censuraba Cervantes. Y si la intervención de Cipión es menor, sus comentarios son fundamentales para completar el relato de Berganza, por su agudeza e ingenio, y por la ironía y el humor tan propios de Cervantes.

El que hoy día tengamos expresiones del tipo “vaya vida perra” o “llevar una vida de perros”, se debe precisamente a este relato cervantino. Y es que el pobre Berganza tiene que salir huyendo de casi todos sus amos por el mal trato de que es objeto. Empieza su andadura en Sevilla, en el Matadero, a donde le lleva el olor a carne, y su primer amo es Nicolás Romo. Según Berganza, todos cuantos trabajan en el Matadero, desde el menor hasta el mayor, es gente desalmada, sin temor al Rey ni a su justicia; los más están amancebados y son aves de rapiña carniceras, que se mantienen ellos y sus amigos de lo que roban [Como hoy día más o menos].
Huye entonces de este amo y se va al campo a vivir entre pastores, cuidando de sus ovejas. Aquí aprovecha Cervantes para parodiar un poco los excesos de la novela pastoril, muy especialmente de la Arcadia de Lope de Vega, a quien no profería mucha simpatía. Se llega a idealizar tanto a los pastores que se les ve todo el día “cantando y tañendo gaitas, zampoñas, rabeles y chirumbelas”, mientras alaban la belleza de las hermosas pastoras. Berganza, por el contrario, sólo ve en los pastores su egoísmo y aviesas intenciones: ellos mismos matan a los corderos para comerse su carne y luego le dicen al amo que han sido presa del lobo por falta de cuidado del perro. Y ahí vemos al pobre Berganza, corriendo de un lado a otro sin dar con el supuesto lobo criminal, y al final sólo recibe la paliza del dueño. Al darse cuenta del engaño, sale huyendo de estos “bucólicos” pastores.

De vuelta en Sevilla, consigue de nuevo un amo, gracias a su humildad, una virtud de la que Cervantes hace gran elogio por considerarla el fundamento de todas las demás: sólo ella –dice- “allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los soberbios; es madre de la modestia y hermana de la templanza”. La humildad, según él, impide que triunfen los vicios, y por eso es necesario practicarla, como hace Berganza, haciendo fiestas a su amo y moviendo la colita cuando lo ve llegar. Este tercer amo era mercader y por suerte saca Berganza mucho provecho del tiempo que estuvo en su casa. Resulta que este amo tenía dos hijos, de 12 y 14 años, que estudiaban en La compañía de Jesús y cuando él los acompañaba se quedaba allí escuchando las lecciones de los jesuitas.
Esto le da pie a Cervantes para hablarnos una vez más de la educación de los hijos y volvernos a decir que el mayor mal es el mimo, que los echa a perder. La educación de los jesuitas, en cambio, le parece de lo más apropiada y, en  boca de Cipión, dice que los jesuitas no sólo son los mejores guiadores del camino del cielo sino que “son espejos donde se mira la honestidad, la católica doctrina, la singular prudencia y la humildad profunda”. (¡Qué bien tener un Papa jesuita en estos momento! Seguro que también es cosa de la divina Providencia). A diferencia de esta enseñanza jesuitina, que fue la que recibió el mismo Cervantes en Madrid, entre los diez y los quince años, del presbítero Juan López de Hoyos, que era un varón piadoso y gran humanista, la enseñanza de principios del XVII pasaba por muy mal momento, tal como lo refleja Cervantes en este episodio. “Ahora –dice- no van las cosas por el tenor y rigor de las antiguas; hoy se hace una ley y mañana se rompe y dicen que conviene que así sea. Ahora promete uno enmendarse de sus vicios, y de allí a un momento cae en otros mayores”. Y es que “del dicho al hecho, hay un trecho”. (¿No es exactamente lo que pasa hoy día?)
Y así de esta guisa prosigue su relato Berganza, llegando a servir hasta once amos diferentes. Gracias a ello podemos ver lo que era la sociedad de aquel tiempo y establecer interesantes paralelismos con el momento actual. Hasta cuando hacen su aparición las brujas-hechiceras nos recuerda a las echadoras de cartas de hoy día y a la proliferación de charlatanes que predicen continuamente el porvenir. Y es que cuando se abandona la religión se da paso libre a la superstición.
Y termino diciendo que leyendo estas novelas nos enfrentamos a temas de total actualidad y por el trato tan sensato que les da su autor no podemos más que admirarlo, como también hicieron sus contemporáneos. En todos los relatos de Cervantes se mezcla su sabiduría con todos los sentimientos de la vida, que nunca cambian: el dolor, el humor, la pasión, la locura, el amor, la reflexión, la profundidad, la amargura, el ingenio, la bondad y la maldad. De ahí que estas novelas sean una fuente inagotable de sugerencias donde beben, han bebido y beberán los grandes literatos de todos los tiempos. Su conclusión final es bien sencilla y ya apuntó a ella el sabio Aristóteles. Y es que debemos de huir de todos los extremos, que suelen ser malos por ambas direcciones, y tratar de quedarnos en el justo medio de todas las cosas, que es donde está la virtud. Y caso de extremarnos en un sentido o en otro, ya sabemos cuál es la receta: desandar el camino equivocado y retomar la senda correcta. Eso sí tenemos que hacerlo con humildad.  Pues sólo con humildad podemos reconocer nuestra equivocación y después pedir perdón para liberarnos de la culpa. Quitándonos ese peso de encima es más fácil iniciar la senda de la virtud, que como sabemos suele ser bastante empinada. ¡Tan sencillo como eso!

¡Muchas gracias por vuestra atención y muy buenas noches!
     

                                                                                  Charo Salas
                                                                                  Marbella, 25 de octubre de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario