lunes, 11 de noviembre de 2013

“ Las Novelas Ejemplares” de Cervantes, comentario

    Como secuela de la conferencia que la Doctora Charo Salas nos hizo sobre “Las Novelas Ejemplares” de Cervantes, este mes vamos a hacer nuestra tertulia literaria de AMUM sobre tres de las citadas novelas: “La Gitanilla”, “La Fuerza de la Sangre” y “Un Casamiento Engañoso”.

    Desde un punto de vista estructuralista he de reconocer que Cervantes no defrauda, es necesario apreciar su preciosismo, el uso de frases coherentes, plagadas de adjetivos que te pintan el paisaje popular del Siglo de Oro, retratos cotidianos  donde los dichos y refranes adquieren sentido. La belleza y la pragmática en el estilo hacen que  su lectura sea una delicia. Es curioso ver lo que nosotros podríamos catalogar como errores sintácticos u ortográficos, pero es que en esos días aún no se había creado una norma común,  hasta 1737 no se editó el “Diccionario de Autoridades”, pocos años después de la creación de la RAE, iniciativa del Marqués de Villena.

    En cuanto a la temática es siempre moralista, ejemplarizante, mezclando clases, haciendo un retrato social de los distintos estamentos que se relacionan en la creación Cervantina. Y podría pensarse que el genio sólo veía las miserias de las clases populares, sin embargo, en su obra, el autor hace repaso a nobles caballeros, gitanos, embaucadores, personas de mal pensar y mal vivir, según la tradición de la picaresca española, pero sin perder la esperanza en la nación, con almas puras, personas de buena voluntad, seres que se aman, que consiguen sacar la verdadera esencia del español, que rectifica, se reconduce, paga su deuda y restablece el equilibrio.

    En un estudio más de crítica historicista podríamos comparar estas obras con las propias del genio inglés, W. Shakespeare, pudiendo advertir que coinciden en su fundamento moralista, pero es propio del Inglés utilizar personajes de la nobleza y la realeza, pues en  esos pecados ponía su interés, los de sucesión, traición, usurpación…. En cuanto al establecimiento del equilibrio, Shakespeare resuelve de forma trágica en muchas ocasiones para que todos aprendamos las consecuencias de subvertir el orden establecido, sin embargo, Cervantes recurre al PERDÓN propio de católico practicante, que lleva a sanar el alma del que ha recibido la ofensa y restaura la paz. Por otra parte,  es difícil perdonar una violación como en la “Fuerza de la Sangre”, o que te hayan secuestrado de pequeña  como en” la Gitanilla” e incluso choca contra mis principios que estos delitos queden sin justicia, exigiéndoles el máximo sacrificio a las víctimas. Esto no enturbia la capacidad sanadora del perdón y quizás en la mayoría de ocasiones debiéramos hacer más caso de la razón que del sentimiento contra el que nos ofende.

    Es posible encontrar en el genio un punto de vista pragmático a la hora de impartir justicia y un síntoma más ocurre en “Un casamiento engañoso” donde la equidad surge de haber sido burlados ambos contrayentes entre sí, ambos habían llegado al matrimonio mintiendo sobre su situación económica. La justicia parte de que ninguno gana nada y ambos pierden, quedan en tablas después de haber echado el resto.

    Por otra parte he de reconocer que me resulta desagradable desde mi crítica y mi cultura en púlpito del siglo XXI, el uso de los estereotipos con el comportamiento trapacero de los gitanos, el papel de la mujer en sus obras y el sentido de la moral más cotizado en el bajo vientre femenino que en los abusos sobre los más débiles. Hay una frase que me resulta atroz en “La Fuerza de la Sangre”,  se la dice el padre a la hija que acaba de ser violada y “deshonrada” para que no haga pública su condición: “…más lastima una onza de deshonra pública que una arroba de infamia secreta”. Lo peor es que eso se ha mantenido en los pueblos hasta hace “diez minutos”.

    Seguramente me dolerá por mi condición de mujer, pero menuda historia tenemos de sufrimiento, incomprensión e invisibilidad. Podría caer en la tentación de cebarme contra Cervantes por su discurso, sin embargo, ese era el discurso del poder, como diría Foucault, el poder representado por el hombre, blanco y con privilegios por familia o riquezas, en este caso el autor es un mero paisajista de la época, claro que el paisaje trabaja para que perdure el “status quo”.

Ana E.Venegas 

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