lunes, 7 de julio de 2014

Metro Apartment Suite, el Tercer Mundo

 
Hace un mes y medio decidimos viajar a Nueva York y alquilar un apartamento pues con un hijo mayor la aventura en hotel cuesta un riñón y hay que hay que reservar dos habitaciones, además teníamos la intención de cenar alguna vez relajados después de disfrutar en la ciudad. Ante las buenas experiencias que habíamos tenido con Booking.com nos decantamos por un apartamento en   38 West 31st street que ellos publicitaban, en pleno corazón de Manhatan, junto a la quinta avenida. Se suponía que era un dúplex con vistas a la ciudad pero encontramos que ni era dúplex ni tenía ventana  alguna a la ciudad.


    Tras entrar en un edificio bastante viejo, con un ascensor inquietante, abrimos la puerta a los pasillos del Tercer o Cuarto Mundo. Nos dieron un apartamento estudio en la sexta planta por lo que tuvimos que pasar por corredores con tuberías a la vista, pegadas a la cabeza, donde los vecinos como chinches boqueaban por la falta de aire, dejando sus apartamento y sus pobres miserias a la vista, abriendo las puertas y exponiendo sus reducidas habitaciones atestadas de cacharros y olores a pis y rancio, con la esperanza de que circulara un poco de aire. 

    Muchos no tenían cuarto de baño por lo que había uno colectivo, sin cerrar, que daba pavor por la suciedad de inodoros y paredes. 

    Había una persona impedida que tuvo la puerta semiabierta tres días sin mover del pasillo un andador, unos tristes zapatos y medicinas. Sí porque esa era otra, muchos vecinos dejaban los zapatos fuera, cuestión que contribuía a nuestra depresión cada vez que llegábamos. Me pone los pelos de punta pensar en todo el espectáculo no libre del sentido del olfato, nuestro instinto de supervivencia nos llevaba a tomar aire en el ascensor y no volver a tomarlo hasta estar en el apartamento, tres corredores con puerta y escaleras de bajada después.

   
 En el inglés que pude recopilar me dirigí al encargado de darnos la llave, Jake, protestando por no ceñirse a contrato y me dijo que me cambiaría a un apartamento tal cual yo había contratado y que me harían un reembolso de los tres días que teníamos que estar allí. Espero que me devuelvan el dinero, por ahora no tengo noticia alguna.

    Luego nos cambiaron a la octava planta, un poco, un pelín menos desagradable, al menos no estaba la persona mayor desatendida, con sus correspondientes olores, pobre, qué mala imagen de una ciudad que deja a sus ciudadanos mayores en ese estado. Sin embargo, el hedor de los baños, el calor, la no ventilación de los pasillos, los suelos de plástico remendados, lo seguían haciendo el lugar más sórdido en el que he dormido en toda mi vida.
   
El nuevo apartamento era un dúplex, sí, pero no tenía ventajas, había que subir a la zona de camas y el baño estaba abajo, el bañito, porque era de Pin y Pon, igual que el aparato de aire acondicionado que estaba arriba y que con la poca potencia que tenía apenas refrigeraba la escalera pues el aire frío pesa más que el caliente, "igual que en España", qué cosas, cómo quiero a mi país. Así que el poco aire se bajaba las escaleras antes de enfriar la habitación y como la ventana “que daba a la ciudad” estaba cerrada con cinta aislante azul chillón, con más mierda que el rabo de una vaca y obstruida por el aparato de aire de Pin y Pon,  el calor, los sudores, la claustrofobia, el olor a “yo que sé” eran inenarrables. 

   
 En cuanto a la cinta azul chillón era el remedio para todo, fíjense en cómo habían reparado el techo. También es digno de ver la suciedad en las paredes, que nos encontramos un trozo de salchicha debajo de la cama, un horror… Ah y el pequeño detalle de que en ninguno de los dos apartamentos había armarios, así que imagínense, tres maletas abiertas y las cosas dentro de ellas doce días, algunas en la barandilla para que se orearan o se secaran, porque la ventana de abajo aunque no estaba cerrada con cinta daba a un ojo de patio tan estrecho que sólo servía para compartir los pestes de otros apartamentos, la abrimos una vez, la cerramos inmediatamente y nunca más, así que de tender la ropa ni hablamos.

  
  Es una auténtica pena haber tenido esta mala experiencia con el apartamento pues la ciudad aunque ruidosa y masificada es lo más en paisajes urbanos, museos y amabilidad. Espero que no crean que los españoles vivimos así y que por eso pueden darnos estos productos míseros, gracias a Dios no es la generalidad.









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